No alcanzó la madrugada.
Yo quería oír tus excusas
y la noche creyéndose un trueno
nos dejó una afonía triste, de ojos sabuesos.
Yo quería oír tus excusas
y la luz no respetó las ventanas y te dio pena
mi rostro como un mezquino trofeo
la fatiga de mis labios sellados y lerdos.
Yo quería oír tus excusas
y te fuiste lacerando aquel misterio,
los espejos tiritaban y el frío de la mañana
me acercó al recóndito sueño, resignado.
Yo quería oír tus excusas
pero la noche,
fue tu mejor argumento.
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